El odio al vecino:
En su segundo
largometraje “Los decentes” (2016), que ha tenido muy buena repercusión por
parte de la prensa especializada y del público en su circulación por distintos
festivales internacionales, el director nacido en Austria y radicado en
Argentina Lukas Valenta Rinner, vuelve a plantear una ficción que se juega en un
escenario límite como ya lo había hecho en su opera prima “Parabellum” (2015).
Si en la primera se trataba de prepararse para la llegada del fin del mundo,
aquí se centra en la problemática actual del odio y las prácticas de
segregación.
La película comienza
con una serie de entrevistas con plano fijo y voz en off de la entrevistadora, suerte
de casting, por la cual desfilarán distintas postulantes a un puesto de
empleada doméstica. Seguidamente veremos a la protagonista en su recorrido hasta
un barrio cerrado en las afueras de la ciudad para presentarse a su primera
jornada laboral del puesto de doméstica cama adentro que ha conseguido.
En la ampulosa
casa del country, viven madre e hijo. Y nuestra protagonista Belén (Iride
Mockert) tendrá un recibimiento bastante frío por parte de ellos. Diana (Andrea
Strenitz) es una mujer superficial, preocupada por la pulcritud, el cuidado y
el orden minucioso de cada objeto de esa casa. Su hijo Juan Cruz (Martín Shanly),
entrena permanente para ser un tenista profesional. El mundo cerrado del
country es una clara representación del discurso capitalista, que concibe a las
personas solamente en calidad de productores y consumidores. En este mundo los
cuerpos tienen que ser saludables y
bonitos para prolongar la vida y seguir consumiendo cada vez más y tienen que
ser eficaces y exitosos en su quehacer para aumentar la oferta de productos de
consumo colocados en el mercado. Es
también el mundo de los uniformes (el de la mucama, el del personal de
seguridad, por ejemplo) que iguala a las personas en tanto pura fuerza de
trabajo, anulando las singularidades y diferencias.
Diana sitúa a su
hijo en el lugar del falo maravilloso que colmaría sus carencias. Desde niño lo
nombra en un video familiar como “el mejor Golfista del mundo”, imperativo al éxito
que ahora se traduce para Juan Cruz en el tenis. El mandato es que hay que “ser
el mejor”, anulando cualquier posibilidad
de disfrute y de pasión por el juego, y conllevando a Juan Cruz a la impotencia
y la frustración, pues haga lo mejor que haga, nunca llegará a ese Ideal de
excelencia planteado por su madre y por la sociedad capitalista, donde éxito y
dinero van de la mano. La posición de
Diana para con Juan Cruz es ambigua, por un lado infatúa el narcicismo de su
hijo, pero por otro lado, lo denosta en tanto falo impotente de satisfacerla,
de allí que en una conversación mencione a un amigo de Juan, que se compró un
departamento en Olivos y está por recibirse de ingeniero industrial como portando
los valores fálicos que ella desea. Y
está bien, que Juan Cruz, no sea quien la colme, porque ésta es la posibilidad
de salida del encierro de la relación con la madre, pero a falta de un padre (del
padre no se nos brindan datos en la película) que opere como función instituyendo
una separación, Juan Cruz queda insistiendo una y otra vez en ser ese falo hermoso
que le falta a la madre.
En cuanto a
Belén, la veremos realizar sus tareas domésticas, e iniciar tímidamente un
vínculo con el empleado de la garita de seguridad (Mariano Sayavedra). El trata de cortejarla, le dice cosas bonitas;
pero no habrá contacto físico entre los cuerpos. Es una relación tierna, cuasi
infantil, ascética y aburrida. En el country, Belén deambulará con su rostro
tenso, su pelo recogido y su cuerpo encorsetado en el uniforme que expresan la
contención de sus impulsos. Es una mujer de pocas palabras que se muestra
condescendiente, tímida y sumisa respecto tanto de su empleadora como de su
pretendiente.
Cierto día,
Belén se sentirá atraída por la música que llegue del terreno lindero al cerco
perimetral del country, donde hay un Club Nudista. Su vida se transformará en la escisión que
implica el tránsito y la convivencia en esos dos mundos paralelos. Belén tomará
un contacto gradual con la comunidad nudista: primero huirá asustada, después
ingresará como observadora y finalmente participará como una integrante más. Su
primera aparición desnuda en un plano fijo, con su cabellera suelta y tapándose
los senos y el sexo con las manos, evoca a Eva y también la fuerza de “El
nacimiento de Venus” de Botticelli. Los rasgos tensos de su rostro, darán lugar
a la calma y a la sonrisa plena.
El Club Nudista es
la representación de todo aquello indeseado por el sistema capitalista. Para un
discurso cuyo baluarte es producir capital, nada más peligroso que el ocio. La
comunidad nudista en principio aparece como una suerte de jardín de Edén, donde
las personas viven sus cuerpos con libertad. Allí se ven cuerpos con carne, cuerpos
que dejan ver las redondeces y las imperfecciones. En la comunidad nudista los
cuerpos no apuntan a producir, sino que buscan un placer hedonista. Llevan una
vida apacible, sin imposiciones normativas y en contacto con la naturaleza.
Allí realizan prácticas de sexo tántrico y lectura de poesías erótica, que el
director opone irónica y acertadamente al curso de cocina donde elaboren Cupcakes,
una moda superficial de origen americano que les encanta a los chetos del
country.
Desde la mirada
de la “civilización” del barrio cerrado, los nudistas aparecen como indecentes,
en tanto afectan a la moral de las buenas costumbres con su libertad y su ocio. Ellos representan lo instintivo,
lo natural, “la barbarie”; como lo muestran los planos fijos donde diferentes
integrantes de la comunidad posen con body painting de animales imitando sus sonidos.
Ellos son lo que no se quiere ver del otro lado de la cerca, lo que se busca
tapar, lo que se quiere separar. Para que a un espacio pueda nombrar como “Country”,
algo tiene que quedar por fuera de él.
Constituir un conjunto, implica necesariamente un límite que da lugar a la
segregación. Pero aquí no se trata del “narcisismo de las pequeñas diferencias”
que se darían en el interior de un conjunto ya constituido, sino de un fenómeno
de odio que busca aniquilar el ser del otro. De ahí que el cerco perimetral se
encuentre electrificado. En este movimiento los habitantes del country depositan
que el mal, el peligro está en el otro, en ese vecino que es vivido como un extranjero; sin poder leer
el mal que habita en el seno de ellos mismos. En el fondo, el odio apunta hacia
lo más íntimo del otro, es odio intolerante hacia su singular modo de gozar, un
modo otro, extraño e inquietante de goce.
Lo interesante
de la película de Rinner, es que no cae en el simplismo de que “los chetos” son
los decentes y los nudistas son los indecentes, o viceversa, sino que en ambos lados se juega
la indecencia y la decencia. Desde la mirada de la comunidad nudista, los
habitantes del country son indecentes, son el mal, al poner esa cerca
electrificada, al sostener costumbres superficiales, y al entregarse a los
imperativos del capitalismo. Y aquí también en su odio hacia el vecino, no
pueden leer el odio que habita en el seno de ellos mismos. Es que en esa
comunidad apacible y serena es una apariencia. Esto está planteado en el lema
mismo de la comunidad: “Defender a muerte nuestras libertades” y en la caza de
las “cotorras”, con toda la carga simbólica que tiene este significante, que
puede servir para nombrar a los ricos ya que se habla de ellas como plaga que
se come la comida de otros animales y a la vez en tanto personas que hablan
mucho y dicen cosas superficiales, resultando molestas. De ahí que la cotorra
que caiga muerta en la pileta de la casa del country y que recoja Belén, sea el
presagio de la tragedia que se desatará al final.
Otro punto
interesante de la película es el accionar de las fuerzas de seguridad policial
y de las instancias legales, que lejos de proteger al más débil, operan
favoreciendo a los ricos, y en vez de funcionar como un ordenador simbólico
frente a los conflictos, operan como catalizador de una escalada de violencia
sin límite. La secuencia final en clave de género de venganza y western, podría haber resultada excesiva y
bizarra, pero está muy bien estilizada por el director y de ese modo logra
salir airoso.
En suma, en “Los decentes” Lukas Rinner combina hábilmente los planos
estáticos (que funcionan como retratos de tipos y clases sociales invisibilizados),
con movimientos de cámara prolijos; la profundidad del drama social con la
dosis justa de humor, los silencios con la potencia de la música, y nos brinda
una película que no elude para el espectador las resonancias que pueda tener en
el presente cada vez que se juegan fenómenos de odio hacia lo Otro como por ejemplo en los femicidios o en el
conflicto con los pueblos originarios.
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