Awante Warnes:
“No buscaba la relación excluyente
(posesión, celos, escenas); tampoco buscaba la relación generalizada, comunitaria:
lo que quería era, cada vez, una relación privilegiada, marcada por una
diferencia sensible. (…) Lo que buscaba era un plural sin igualdad, sin in-diferencia.”
Una relación privilegiada en Barthes por Barthes, Roland Barthes
Tener Warnes en mis manos, no es como tener un
libro más para atesorar en mi biblioteca, es mucho más que eso porque es un
libro especial. En primer lugar porque me llega de manos de su compilador a
quien aprecio y admiro por su trabajo en fotografía y en segundo lugar, porque
es la piedra fundacional de una nueva editorial independiente, lo cual es una grata
noticia para celebrar.
Warnes, no es un libro
más, insisto. Es un libro objeto. Recorrer la textura de sus hojas, sentir el
olor a nuevo que se desprende de ellas, y viajar por sus fotografías y sus
trazos de escritura o dibujo, es un deleite que sólo es posible por el cuidado
y amor especial que su editor, Iván Gierasinchuck ha tenido por la producción
de cada uno de sus autores.
Además se trata
de un libro que podemos que decir que está impregnado de un espíritu
barthesiano. Si el reconocido ensayista y semiólogo francés, rompe con las
convenciones de la autobiografía en su Barthes
por Barthes, al hacer de lo autobiográfico una experiencia literaria
colmada de lírica partiendo de pequeños detalles banales cotidianos, Warnes también se propone como lúdico y
rompe con la solemnidad de la compilación o la antología. En Warnes hay dos vías de entrada, la línea
de las fotos y los dibujos, donde el cuerpo es el lenguaje y la línea de los
textos escritos, donde el lenguaje es el cuerpo. Uno puedo recorrerlo por cualquiera
de los dos lados, porque las imágenes no se proponen como mera ilustración de
los escritos, sino que funcionan en sí mismas como universo de ficción
autónomo. Por otro lado, se elude también la linealidad del recorrido, ya que
se puede empezar por cualquier apartado y esto es particularmente
significativo, teniendo en cuenta que el apartado que lleva la letra A, es el
que está al final. La subversión de Warnes
con el formato tradicional también se encuentra en que no se trata de
textos e imágenes compilados en torno a un tema
único, sosteniendo cierta idea de totalidad, ni tampoco que se agrupen
respondiendo a una época: en la fauna de Warnes
conviven producciones de autores contemporáneos con autores de otras épocas
como por ejemplo: “El amor y la anarquía” de Errico Malatesta (1931), “La
anarquía explicada a los niños” de José Antonio Emmanuel (1931) o el óleo de
Gustave Courbet “El origen del mundo” (1866).
En este sentido,
coincido con Gieransinchuck cuando en su texto de apertura, se propone una
apuesta por la singularidad, atentando contra el espíritu globalizador o de
masa. En Warnes es notorio el
especial cuidado y respeto por el trazo singular de cada autor. Lo que los
reúne no es la idea de conjunto, sino un lazo que se establece a partir de
compartir e intercambiar la particular manera de apasionarse que tiene cada uno
por su quehacer artístico. Es así que uno puede conmoverse o conmocionarse con
las imágenes o viajar al pantano brumoso que es Moscú donde
retornan fantasmas del pasado, donde se viven amores truncos o imposibles,
donde lo autobiográfico se hibrida con la ficción y donde se intenta atrapar en
palabras algo de la contingencia del instante o lo innombrable que se escabulle. O si se prefiere, uno pude
hacer la experiencia de dejarse tocar por la lírica erótica que escribe el
cuerpo femenino o dejarse inundar por la mística de lo divino.
Warnes es especial, porque
lleva dentro el trazo de lo irrepetible, de lo que escapa a la serie del
coleccionista, porque no es trazo muerto, sino un órgano vivo. Como hace
Barthes en su singular autobiografía, Warnes
es un elogio del fragmento. Cada pieza, cada divino detalle que encontramos en
él, fulgura con su propia luz, se basta a sí misma y a la vez es el intersticio
de sus vecinas. En los textos tenemos momentos, en las imágenes vislumbramos
pedazos de cuerpo. Se construye así una suerte de partitura musical donde cada
pieza resonará con su propio timbre en lector,
sin apuntar a una clausura. Cada texto, cada imagen en Warnes es un destello o un bostezo del
deseo, la apuesta de un comienzo renovado cada vez, que invita al lector a
continuarlo en su imaginación o a animarse a tomar la posta y trazar su propio
fragmento.
Warnes, Ivan
Gierasinchuk (et.al.), 192 pág., Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ediciones
Warnes, 2017.
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