En primera persona:


“Yo, Olga Hepnarova” (Já, Olga Hepnarová , 2016) es una película checa dirigida por Petr Kazda y Tomás Weinreb, que formó parte de la Tercera Edición del Festival Al Este del Plata, participando en la sección competitiva.  La película ha circulado por varios festivales internacionales, con muy buena recepción por parte de la crítica internacional.
Poco conocido es el cine checo en nuestro país, y creo no haber visto ninguna película proveniente de esas latitudes. Por fortuna, ver “Yo, Olga Hepnarova” ha sido un grato primer encuentro.
La película comienza con una joven que responde a los gritos de su madre instándola a despertarse, permaneciendo en la cama y diciendo que no quiere ir a la escuela. Seguidamente, la veremos sentada en el pasillo de un hospital, mientras la enfermera le dice a su madre que ha ingerido 10 pastillas y que le han realizado un lavaje de estómago. Al regreso al hogar la madre le dirá que para suicidarse se necesita mucha voluntad, la cual ella no  posee y luego la acompañará a su ingreso a una internación psiquiátrica. Algo ya llama la atención en este comienzo: por un lado, la impasibilidad del rostro de la madre; para nada afectado por ningún signo de angustia ni por alguna vacilación que la lleve a interesarse humanamente por lo que  pueda acontecerle a su hija; y por otro lado, la mirada esquiva de la joven; siempre enfocando hacia el piso.
Olga Hepnarová fue una mujer que alguna vez vivió. Wikipidea la define como “una asesina en masa” y como “la última mujer ejecutada en Checoslovaquia por ahorcamiento.” La película, contra lo esperable no arranca con la leyenda “basada en hechos reales.” De este modo, se propone como la recreación de la vida de Olga Hepnarová pero conservando la autonomía de un universo de ficción que no pretende corresponder exactamente a la realidad.
“Yo, Olga Hepnarova”, como ya lo sugiere su título, es el relato testimonial  de la gestación de la enfermedad mental de Olga Hepnarova, la protagonista en cuestión, de la respuesta que tanto la familia como la sociedad han tenido respecto a ella, y de las consecuencias que se han derivado de dicha respuesta. Lacan dice en su Seminario sobre “Las psicosis”, que la posición que le correspondería al analista en relación al alienado es el de ser su secretario o testigo. Se trata de ocupar el lugar de aquel que aloja y acompaña el testimonio de la experiencia de la locura. El tono testimonial se enfatiza en la película desde lo formal en los momentos donde Olga mira a cámara interpelando directamente al espectador, con la escritura de cartas que son leídas con voz en off situando al espectador como su destinatario, y con el uso del blanco y negro que sitúa la acción en el pasado (1973) y acentúa el sesgo documental de aquello que se nos cuenta.
Destacan en la película los primeros planos del rostro de Olga. La cámara capta el magnetismo de  su mirada, a veces esquiva hacia los demás y otras veces lanzando invectivas furiosas. Su rostro casi siempre estará acompañado por un cigarrillo encendido para paliar la ansiedad.


La internación psiquiátrica significará para Olga (Michalina Olszanska) ser sedada con medicación inyectable y ser golpeada por sus compañeras. No obstante, saldrá de allí fortalecida. La larga trenza que mantenía pasivas y contenidas sus emociones, dará lugar a un corte de estilo carré, que le imprimirá fuerza a su personalidad y que nos recuerda al personaje de Mathilda (Natalie Portman) en “El perfecto asesino” (“Léon” de Luc Besson, 1994) Ambas saldrán de la catástrofe afirmándose en la venganza.
En la primera carta que nos dirige Olga nos dice que permanece mayormente sola, sin hablar con nadie, que tiene como referencia la idea del libro “El americano impasible” (1) acerca de la imposibilidad de que los humanos puedan entenderse los unos a los otros, y que se siente expulsada por la sociedad. Aquí Olga testimonia de un corte entre ella y el mundo, de que no ha sido alojada en un discurso amoroso en la trama familiar, sino que ocupa el lugar del resto, del desecho caído de la escena del mundo.
La única en la familia que se dirige a Olga es la madre (Klára Melísková), y siempre lo hace dando órdenes. La madre ocupa la cabecera en la mesa familiar, es ella quien hace la ley en la familia. El padre es una figura que está presente físicamente, pero no en tanto función separadora interviniendo entre Olga y la madre, ni tampoco como referencia simbólica que la oriente transmitiéndole algún ideal a partir del cual constituir su identidad.
Olga abandonará la casa familiar. Trabajará en una fábrica como chofer. La distingue su vestimenta siempre holgada, poco femenina y su andar desgarbado. Olga se identifica al tipo viril, y desde allí se interesará por las mujeres. Sintiéndose expulsada del seno familiar,  intentará inscribirse en un lazo amoroso con Jitka (Marika Soposká), una compañera de trabajo. Pero Jitka ya tiene una novia, y perderá pronto el deseo por Olga. Al poco tiempo, por una denuncia de sus compañeras, se le rescindirá el contrato laboral. Se la instará a realizar sólo tareas livianas y a recibir control por parte del médico de la empresa.
Ya decía el viejo Sigmund Freud que nada es más angustiante y desestabilizador para una mujer que la pérdida del amor. (2) De modo que cortado el lazo amoroso con su familia, con Jitka y con el entorno laboral, Olga se sumergirá en una profunda depresión. La expresión de su rostro se volverá más triste, no cuidará su aseo personal y finalmente pasará largos períodos de letargo en la cama. En la entrevista con el médico de la empresa Olga dirá: “No tengo ningún sentimiento por la gente. Ya no me importa la realidad. Veo el mundo de manera diferente, como materia inanimada. El mundo no tiene ningún valor.” Podemos leer aquí, lo que Freud en su estudio sobre la psicosis del Presidente Schreber (3) situará como momento de desencadenamiento,  y que denomina como “Vivencia de fin de mundo”. Se trata de un primer tiempo que se cumple mudo, que consiste en que el enfermo ha retirado la libido del mundo exterior, desabonándose del lazo con la realidad.
El médico solamente la escuchará de modo burocrático, pero no tomará conciencia de la real dimensión de lo que Olga le está relatando, y por consiguiente no tomará decisión alguna que pueda ir en el sentido de contenerla. Por otro lado, la burocracia del sistema de salud la deja en espera, en una suerte de limbo eterno, sin que pueda acceder a una hospitalización. Su madre, que es dentista en un hospital ni siquiera se toma el trabajo de escucharla, sólo le extenderá certificados de licencia por enfermedad, le dará dinero o le prescribirá medicación. Olga, a su manera, pide ayuda pero nadie la escucha o actúa involucrándose genuinamente. Se puede leer aquí una crítica de los directores al sistema de salud checo y a la sociedad en general, que prefiere mirar para otro lado. El acierto es que la crítica no está explicitada mediante subrayados, sino que se desprende de la fuerza de las imágenes y de los acontecimientos que se van narrando.
Luego de esta primera fase, advendrá un segundo tiempo de reconstrucción de la realidad a través del delirio. Olga dará cuenta, a través de una carta, de la idea delirante fundamental de sesgo paranoico (4) que habrá construido: la sociedad la ha humillado, injuriado y arruinado. En este punto de encerrona donde es víctima sin salida del otro social maligno, Olga tiene dos opciones: adjudicarse el mal a sí misma y cometer suicidio; o defenderse y vengarse de los que la odian. Será este segundo sendero el que Olga transitará y sentenciará a la sociedad a morir atropellada. Abandonará la fase depresiva, y se erigirá en una suerte de Dios que castiga. El pasaje al acto homicida será la modalidad mediante la cual Olga intentará agujerear a ese Otro social consistente que goza de ella.


“Yo, Olga Hepnarová” es una película que podemos poner en resonancia con la novela “El extranjero” de Camus. Alli Mersault, su protagonista, es también indiferente a la realidad y se convertirá en un “extranjero” dentro del propio entorno social que debería haberlo alojado. También podemos ponerla en consonancia con la masacre de Junior en la escuela de Carmen de Patagones, quien sufría de bullying por parte de sus compañeros que permanentemente le decían “Pantriste”.
Los espectadores encontrarán una película interesante desde lo formal,  sólida y verosímil desde el guión y además muy bien sostenida por el elenco actoral. En su tramo final los directores Petr Kazda y Tomás Weinreb apuntan explícitamente a la reflexión sobre los llamados “crímenes inmotivados” (5), y  sobre la respuesta  que el sistema judicial tiene muchas veces para con ellos.  Tanto la burla para con quien es visto como “extraño” como la dureza con que el sistema judicial castiga luego sus crímenes, lejos de paliar, lamentablemente sólo hacen consistir la certeza de Olga Hepnarová y de tantos otros, de que existe un otro social  malvado.

(1)    “El americano impasible” es una novela de Graham Greene, publicada en 1955. Un periodista británico, un agente de los servicios secretos norteamericanos y una muchacha vietnamita constituyen los vértices de una compleja relación triangular en la que cada personaje, representativo de concepciones culturales antagónicas, es guiado por motivaciones que, mal entendidas o incomprensibles para los demás, terminan por producir resultados y comportamientos muy distintos de los que se persiguen. Ha sido llevada al cine en dos ocasiones: la primera, dirigida por Joseph L. Mankiewicz en 1958, y la segunda, en 2002, dirigida por Phillip Noyce.
(2)    En su texto “Inhibición, síntoma y angustia.” (1926)
(3)    “Puntualizaciones sobre un caso de paranoia descripto autobiográficamente” (1911)
(4)    En la paranoia lo que está desviado no es la percepción, sino la interpretación. De modo que puede realmente haber acaecido maltrato sobre Hepnarová. El problema es que se trata de una certeza inconmovible, que no puede ponerse en duda, en la cual cree férreamente que toda la sociedad le ha hecho un daño.  
(5)    Por “crímenes inmotivados” entendemos aquellos donde no se manifiesta abiertamente un delirio o una personalidad perversa previa. Se trata de aquellos casos que son  perpetrados deliberadamente por personas cuyo rasgo es la  “rareza” para el resto del entorno y que generalmente son agredidas y vapuleadas por esa condición. La respuesta tranquila y pasiva a las agresiones, sin producir estruendo, invisibiliza ciertos signos sutiles de lo que de manera lenta e insidiosa van construyendo en su interior. Estos indicios cuando no pueden ser leídos a tiempo por los efectores del sistema escolar, de salud o familiar, brindándoles un espacio donde poder ser desplegados y canalizados, terminan por eclosionar en estallidos que irrumpen abruptamente dañando el tejido social.



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